Me gusta romantizar la vida. Creo y quiero creer que la transición por la vida sigue unas normas predeterminadas por la Naturaleza o el Universo o la Divinidad, a las que no les damos importancia y que están ahí para enseñarnos y avisarnos del desafío biológico en nuestra próxima etapa en la vida.
Me gusta pensar que la vida es como un cuento, me la están contando. Antes no prestaba demasiada atención al narrador pero llegó un punto (mi desarrollo espiritual) en el que la historia se ponía interesante y me di cuenta de que el final del cuento estaba cada vez más cerca y me iba a quedar sin saber cuál era realmente la trama principal de la historia.
Cada uno vive su historia pero todos, todos, vamos a llegar al mismo final, nos guste o no. Y el final en esta vida es la MUERTE, llamémosla por su nombre. Tan aterradora para algunos, tan misteriosa, tan poco querida, tan desconocida y tan tan cercana. Si naces, mueres.
Me gusta pensar que la Naturaleza, Dios, el Universo, como lo quieras llamar, nos va mostrando las señales de las siguientes etapas para que nos vayamos acostumbrando a la cercanía del destino final. Cuando observo a las personas mayores, la decadencia del cuerpo, de los sentidos, como perdemos calidad en los sentidos, como va apareciendo un Pratyãhara “natural” que va como preparándonos para el recogimiento final.
El tiempo pasa y mientras hoy en día hay recursos suficientes para transitar etapas de la vida como la adolescencia, la maternidad-paternidad, el embarazo, la menopausia, las crisis laborales y personales, etc… faltan recursos para afrontar el paso del tiempo propio. De hecho, miramos para otro lado. Vamos tapando los signos de ese tiempo pasado… físicamente y emocionalmente intentando vivir con 50 años como vivíamos con 30… con el correspondiente desgaste y cansancio físico y emocional.
Tenemos ayuda y recursos para afrontar la decadencia y la pérdida de otros pero no nos preparamos para la aceptación de la propia decadencia y muerte.
Suelo decir que a mi lo que popularmente se conoce como “los 40 años son los nuevos 30” no me aporta nada… superficialmente, aparentemente, físicamente podemos estar estupendos con 40 años pero biológicamente no nos diferenciamos de los 40 de hace miles de años… las canas siguen saliendo alrededor de la misma edad, la energía desbordante sigue apareciendo en la misma época, los embarazos siguen durando 40 semanas y la menopausia aparece alrededor de los 50, es así. Y por mucho que no queramos envejecer, lo hacemos. Que tenemos a nuestro alcance mejores condiciones por lo que nuestra calidad de vida es mejor, sí, pero seguimos envejeciendo de una forma muy parecida, es lo natural.
Porque nosotros transitamos por la vida, no somos dueños de ella, no la podemos parar.
Mi práctica de Yoga me ayuda a trabajar sobre este transitar teniendo claro que va a haber una casilla final que ni siquiera sé dónde está.
El Yoga para mí, es la forma de darme cuenta de las cosas, de ser adulta permitiendo que cierta inocencia infantil siga estando presente, de responsabilizarme de mis cosas, de ser consciente de lo que hago, pienso, siento y digo.
Cuando uno practica Asana de manera continuada y consciente, se da cuenta de cómo el cuerpo cambia, como el físico se modifica, como a través del cambio corporal aparecen cambios mentales y como cada uno de esos cambios es una muerte en sí misma. Una muerte de lo que creías que eras y no eres.
Cuando uno medita, y va deshaciéndose de capas de creencias, van muriendo las ideas profundamente escondidas. Con el Yoga de alguna forma siempre estás en contacto con la muerte, con la desaparición de lo que crees que conoces y eres.
La práctica contemplativa del Yoga, la vida consciente real, te permite VER y COMPREHENDER que no eres algo más importante que una flor que se convierte en fruta, madura y cae al suelo para enriquecerlo y hacer que nazca otro árbol… No somos más que las estaciones que pasan, no somos más que el pájaro que lleva la comida a su polluelo que el año que viene volará a llevarle la comida al suyo.
El Yoga te permite aprender a transitar, a quitar importancia en general, porque por mucho que nos lo creamos, no somos tan importantes ni nosotros ni todo aquello que hacemos y tenemos.
El Yoga te permite trabajar por encontrar tu claridad, qué es lo que tienes que hacer mientras estás en esta vida. Lo que sea que tienes que hacer, hazlo lo mejor que puedas, sepas y tranquil@, confía.
El Yoga te enseña a tener Fe, Fe en el camino, en la Vida y no tiene que ver con religión, tiene que ver con confianza y no llega de manera mágica. La FE, la confianza en el proceso se trabaja, se crea con la intención de querer creer.
El Yoga te quita las tontunas y te muestra a qué le quieres dar prioridad en tu vida porque para lo que quieres de verdad al final encuentras tiempo.
El Yoga te enseña a darte cuenta de que como ya contaba García Márquez en Cien Años de Soledad, vas a faltar algún día y la vida seguirá, llegará un día en que casi nadie te recuerde… más vale que dejes huella en los que te rodean ahora y que intentes transitar tu vida con un propósito que sea verdaderamente tuyo y no lo que esperan los demás. Que hagas por crear un halo de bienestar y amor a tu alrededor.
El Yoga te enseña a cultivar la paz interior, la calma, la conexión con lo que eres de verdad, DE VERDAD, eso que sientes dentro, eso que te susurra cuando estás en silencio. Eso es lo único que va a perdurar cuando lo que ahora puedes tocar desaparezca.
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